Lo peor de los abogados

Por Martín Jaramillo Ortega
Abogado
@tinzaoficial

«Hago una pregunta a los abogados de este país: ¿por qué hay tantos?». Este fue un trino del libretista Rafael Noguera en X (antes Twitter) el 12 de diciembre del año pasado. Más allá del buen humor, sí es algo que debemos reflexionar. Lo digo con conocimiento de causa: estudié derecho en la que a mi juicio es la mejor facultad del país y aun así me gradué con una infinidad de reparos con la profesión, con el sistema educativo e, incluso, con mis métodos de estudio.

El primer problema sí puede ser la cantidad de abogados. Somos el segundo país con mayor cantidad de abogados per cápita en el mundo, 728 abogados por cada 100,000 habitantes, sólo nos supera Costa Rica. No sé cómo funcione en el país tico, pero en Colombia, siendo un país santanderista con tendencia a dejar todo plasmado en un papel y cuya cúspide de tramitología tocó el cielo en el momento en que a algún funcionario se le ocurrió pedir la cédula ampliada al 150%, sí debe de ser un problema que los abogados seamos una especie invasora. 

Otro problema es la falta de autocrítica. Un abogado colombiano levita cuando cualquier persona le dice «doctor», pero le cuesta agachar la cabeza al momento de aceptar que el grueso de los juristas es malo, en las acepciones más amplias de la palabra. En cifras, entre 1996 y 2022 el aumento de los abogados inscritos es del 472% y en 2022 el 77% de los pregrados de derecho no fueron de alta calidad. Cada vez tenemos muchísimos más abogados y, en su mayoría, no están debidamente preparados. 

El alto ego de los abogados más reconocidos
del país ha hecho que, irónicamente, pierdan el juicio

Ni hablar de lo fácil que es poder ejercer. En Francia, por ejemplo, una vez se termina el pregrado hay hacer un máster para el ejercicio de la abogacía y luego aprobar un examen, el cual pocos logran pasar, del Centro de Formación de abogados. Una vez se surten estos tres requisitos ya se puede ejercer el derecho. En Colombia, únicamente hay que graduarse del pregrado de derecho, que dura como máximo diez semestres, para poder ejercer. Tenemos célebres casos como el del excontralor general, Carlos Felipe Córdoba, que logró hacer pregrado y doctorado en derecho en dos años y medio. Más que sospechoso si se tiene en cuenta que ‘Pipe’ Córdoba en su colegio tenía notas comparables con su gestión como contralor. 

En cuanto a los abogados referentes tampoco hay mucho de qué sacar pecho. El doctor ‘vencimiento de términos’ es uno de los principales males del derecho en Colombia y los abogados más prestantes –o, cuanto menos, los más prestantes a salir en la prensa– se han convertido en expertos en dilación y no en la buena praxis del derecho. Un buen ejemplo fue el que el periodista Daniel Coronell denunció en una columna de Los Danieles llamada «El aplazador». En dicha columna publicó la curiosa forma en la que el abogado Iván Cancino ha logrado aplazar en varias ocasiones la audiencia de juicio oral al autoproclamado «abogángster», Diego Cadena. En esta última vez, Cancino pidió el aplazamiento porque se cruzaba con otra audiencia. Cita en la cual había otra abogada defensora –su asociada– y cuya relevancia era menor. Dicho de otro modo, cansinos deberíamos estar de ejemplos de abogados como Cancino, por mencionar alguno de aquellos intocables juristas. 

En fin, el alto ego de los abogados más conocidos ha hecho que, irónicamente, pierdan el juicio. Algo habrá que hacer con tanto abogado de titulación exprés y carrera dilatada; nunca mejor dicho.