¿Qué nos queda después de este 2023?

Por Juliana González Ríos
Analista Política; Máster en Políticas Públicas y Economía para el Desarrollo.
@JuliGo4

Nos quedan lecciones históricas como que “alejarse” de los fósiles es posible, además de deseable, en un planeta que no se muestra tímido a la hora de dejar en claro que el calentamiento global con sus inundaciones, sequías, y desplazados climáticos no es un mito.

Este año nos deja más herramientas de inteligencia artificial que prometen mejorar nuestra calidad de vida, pero que también nos asoman al abismo insondable de hasta dónde puede llegar la manipulación de las imágenes y los audios. Pero también nos deja el primer marco regulatorio de estas tecnologías, por lo menos en Europa, una región con peso económico. Este marco regulatorio busca garantizar la neutralidad tecnológica, prohibir el “social scoring” y atender y mitigar los riesgos sistémicos que conllevan algunas de estas tecnologías.

Cuando pensábamos que este 2023 nos mantendría en vilo con la invasión rusa a gran escala de Ucrania, y la resistencia del pueblo ucraniano, con apoyo de una coalición de grandes economías, para evitar ser devorados por un vecino hambriento de viejas glorias imperiales, nos sacudió una nueva guerra. La explosión de violencia entre Israel y Hamás. Esta vez, fruto del más violento y vil de los ataques de la milicia islamista de Hamás, que dejó un saldo de 1200 personas asesinadas y más de 200 secuestradas. Pero también nos han mostrado el alcance de la retaliación israelí en Gaza que suma más de 19000 víctimas mortales, y la destrucción de la infraestructura médica de la Franja de Gaza. Y estos son solo los destrozos de los conflictos presentes, porque en las sombras siguen desangrándose pueblos enteros en tantos otros conflictos olvidados. También nos deja la gran pregunta de si no es hora ya de reformar el Consejo de Seguridad, que se veta a si mismo, incluso en los casos en los que el sentido común grita lo que hay que hacer. 

Este año también vimos que el péndulo de la política no solo se pasea de derecha a izquierda y viceversa, sino que en medio del desespero por la crisis económica llegan outsiders como Javier Milei y su metáfora de la motosierra como fin último de los problemas, o se perpetúan figuras como Nayib Bukele que se pasa por la faja la prohibición constitucional de la reelección, pero que ha sabido poner a rodar a su favor un aparato de comunicaciones que presenta las restricciones de los derechos humanos de los presuntos delincuentes como una ganancia para la sociedad. Su popularidad del 80% muestra que la gente compra su discurso. 

El periodismo, tantas veces vilipendiado, tantas otras veces instrumentalizado por cálculo político, ha tenido este año que hacer enormes esfuerzos para traernos las historias de los desarrollos tecnológicos, el cubrimiento de los retos ambientales, darnos contextos en estos tetris geopolíticos, descubrir entramados de corrupción y verificar datos. Pero también es el periodismo con su crisis de identidad en medio de la desinformación y la multiplicación de plataformas para contar historias, el que asume riesgos, incluso letales. De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, este año fueron asesinados 45 periodistas por labores relacionadas con su profesión. 

¿Qué nos queda después de este 2023? A los periodistas, a los políticos y a la sociedad civil, un montón de trabajo por delante.   

Gaviria: contra la política exterior a favor de Palestina

Por Ricardo Sánchez Ángel
Profesor Emérito, Universidad Nacional

Leí con interés el artículo del expresidente César Gaviria en El Tiempo (13/12/2023), titulado: «La política exterior da un giro que va a hacer daño en el futuro próximo».

Tengo la inveterada costumbre de leer las propuestas de los jefes políticos para aprender sobre el rumbo de la situación, considerando lo que escriben con la mayor objetividad y sin dejar mis convicciones y criterios en el congelador, sino involucrándome en los debates políticos y académicos. 

El tema de la guerra y la paz en Palestina no está para la siesta que viven los políticos colombianos que eluden el tema. Ni que decir los columnistas que reproducen la propaganda sionista.

César Gaviria se va de frente contra la política exterior del presidente Gustavo Petro de apoyo a Palestina, diciendo cosas equivocadas que es necesario puntualizar. Afirma que es un giro incomprensible de la política exterior el no condenar a Hamás y más bien convertirse en su principal defensor. Lo que hace el expresidente es desconocer la persistente propuesta de Gustavo Petro en Naciones Unidas y en Europa para realizar dos conferencias de Paz, la una sobre la guerra en Ucrania que enfrenta a Rusia con la OTAN y la guerra de Israel contra Palestina. Esto fue propuesto antes del atentado desesperado y condenable de Hamás del 7 de octubre contra israelíes, con un saldo de 1.300 muertos y 250 retenidos. Pero al momento de publicar su artículo el expresidente, ya Israel había masacrado unos 15.000 Palestinos y hoy estamos en 24.000. Es uno de los actos de barbarie más repugnantes de la historia que no puede relativizarse, apelando al recuerdo del oprobioso holocausto judío por los nazis en la segunda guerra mundial. Por supuesto, no es defendible el accionar de Hamás, pero estamos obligados a darnos las explicaciones, porque la invasión con genocidio de Israel a Gaza, no logra destruir a Hamás y más bien lo fortalece. Es sencillo entenderlo y se lo digo respetuosamente al expresidente: a pesar de las deformaciones fundamentalistas de Hamás, esta es una organización de liberación nacional contra la ocupación de Israel comenzada en 1948 con la Nabka a los palestinos.

No se debe utilizar como pretexto a Hamás, y es lo que propongo, por su accionar para eludir la condena explícita al genocidio palestino, exigir el retiro de Israel de los territorios ocupados y una conferencia de paz como lo dice el presidente Gustavo Petro, al igual que lo están haciendo otros jefes de Estado como el presidente Inácio Lula da Silva, de Brasil.

El señor expresidente y compatriota escribe algo que me conmueve: «y muchos temen que el intento de borrar a Hamás de la tierra lleve a acciones que violen el DIH».

¿No están violando masivamente el DIH incluyendo matar de hambre a los palestinos en Gaza? ¿No hay un saboteo abierto por parte de Israel a la ayuda humanitaria de la ONU en Gaza? ¿No son más del 50 por ciento los niños, las víctimas?. Además, se ataca al secretario general de la ONU, António Guterres, como vocero de Hamás y defensor del terrorismo, afirmación que repugna las conciencias libres.

Hay algo todavía por glosar, el anuncio de César Gaviria: «la indignación y enemistad del American Israeli Political Action Commitee, el más poderoso y bien financiado grupo del Congreso de Estados Unidos», que ha comenzado a presionar contra el proceso de paz con el ELN porque es una organización terrorista desde 1977. Pero Israel está negociando en las circunstancias actuales con el propio Hamás un canje de prisioneros. Le reprocho al expresidente que no repudie toda interferencia de nuestra soberanía de poderes internacionales y contra la Paz en Colombia. Y, más bien, invite a doblegar la voluntad soberana del país. La servidumbre voluntaria de César Gaviria estimula el miedo, cuando lo que necesitamos es ejercer la dignidad como nación que reclama la paz como su bien común esencial. Invito a César Gaviria y a todos los compatriotas a dar un respaldo, de acuerdo con la Constitución Nacional, al actual presidente, quien ejerce la representación de la política exterior. Política que coloca a Colombia en un lugar digno en la escena internacional en plena sintonía con el derecho de la paz.  

Que suene la música

Por Felipe Bernabó
Periodista y Gestor Cultural

En un reciente periplo por el país tuve la fortuna de reconectar con numerosos géneros de la música colombiana, en sus múltiples facetas, cosa que aparte de reafirmar mis lazos indisolubles con la tierra en que nacieron mis hijos, y en la que pasé la mayor parte de mi vida, me confirmó una vez más que la música sigue siendo el bálsamo que sostiene, aglutina y eleva el espíritu colectivo de su gente.

Sin la música que llena todos los rincones del país, que se escucha igual a lomo de mula en cualquier serranía imposible, o en callejuelas perdidas de pueblos ídem, o en taxis, buses, puestos de comidas o restaurantes elegantes, Colombia no sería lo que es y sin duda las tragedias históricas que la persiguen habrían tendido un manto de oscuridad y silencio sobre los pentagramas que riegan su geografía y que, a pesar de todo, manifiestan la alegría de la gente y su apetito por disfrutar la vida contra viento y marea.

La travesía musical comenzó en el caribe colombiano, donde el volumen y el gozo van de la mano. Cumbias, bullerengues, salsas, mapalés, porros o vallenatos inundan las calles y campos de toda la región, desde que canta el gallo al amanecer, hasta más allá de la medianoche (y en ocasiones mucho más allá…). En todas partes se escucha algún ritmo popular en un picó, una radio de transistores, a capela, con tríos, cuartetos u orquestas, sin importar el género. La música está tan presente en la costa atlántica que incluso se inventa sobre la marcha. En Cartagena ha surgido una modalidad para rebuscarse la vida (una más entre cientos que se ingenian los locales para sobrevivir el día a día) que consiste en una pareja, siempre de hombres jóvenes, que mientras sigue a la gente por las calles de la ciudad amurallada, uno cantando y el otro con un parlante que lleva el ritmo de fondo, va improvisando letras de acuerdo al acento y las pintas de los paseantes. Estos raperos móviles pueden llegar a ser agobiantes, sí, pero sin duda son una muestra más del poder de la música y su presencia constante en las vidas y el quehacer del pueblo costeño, como fuente de alegría, de trabajo, de vida.

De vuelta en Bogotá asistí a un concierto de música andina con lleno total en un colegio emblemático de la ciudad. Aunque había jóvenes presentes, uno de ellos en el teclado de la agrupación musical, el público en su gran mayoría era de edad, digamos que en el tercer tercio de la vida. Bambucos, pasillos y torbellinos sonaron en la primera mitad de la presentación, incluyendo historias de la época narradas con mucha gracia por el líder y cantante del grupo, en las que hizo viajar en el tiempo a la audiencia que aplaudía cada comentario recordando sus propios años mozos. Hacia la segunda mitad fueron avanzando en el tiempo con temas de los 70 de otros géneros populares en la época, la alegría en el ambiente era contagiosa y la función terminó con una cumbia que nos puso a todos a bailar. Una grata experiencia para comprobar que la música continúa muy viva también en el interior y que la edad es lo de menos cuando se trata de gozarla.

Colombia tiene registrados más de mil ritmos diferentes, agrupados en más de 150 géneros musicales, lo que junto a China, Brasil y Mozambique, convierte al país en una de las regiones del mundo donde existe mayor diversidad musical. A todas esas manifestaciones hay que sumarle la gran variedad de ritmos adoptados de otras latitudes, con los cuales se generan fusiones eclécticas y poderosas. Ese fue el caso con algunas bandas locales que tuve la fortuna de ver durante la edición 2023 del festival Rock al Parque. En una de esas gloriosas tardes soleadas de la ciudad, asistí a una verdadera explosión musical, con alquimias inesperadas entre cumbia y rock o boleros y electrónica, una fiesta inolvidable y en paz que disfrutaron jóvenes de todas las capas sociales de la ciudad, demostrando que la música, además de todo, une, y se reinventa día por día como parte esencial del paisaje nacional.

Un país que canta tiene esperanza. Sí, que suene la música…   

El arte de comunicar

Por Leopoldo Villar Borda
Periodista

Vamos a llegar a la tercera parte del mandato de Gustavo Petro y el gobierno del cambio, que tantas esperanzas despertó entre los colombianos pobres, excluidos y marginados, no ha logrado enrumbar las principales propuestas de su programa. No dudamos de las buenas intenciones del mandatario ni del acierto de su diagnóstico sobre lo que Colombia necesita, pero las soluciones tardan en llegar y esto acrecienta la desilusión de las masas. Se ha especulado mucho sobre las razones que están frenando el cambio, pero hay una que no se ha destacado suficientemente a pesar de ser cada día más evidente: la falta de una adecuada comunicación entre el Gobierno los distintos sectores de la sociedad.

La comunicación puede hacer milagros. Lo vimos hace algunos años en Estados Unidos, cuando un presidente con poca experiencia política embrujó a la mayoría de sus compatriotas porque era un gran comunicador. Así, como ‘El Gran Comunicador’, fue bautizado en su país y pasó a la historia de la Unión Americana principalmente por esta condición.

En el presente caso colombiano es evidente la ausencia de esa conexión. El presidente Petro tiene la capacidad de hablar extensamente sobre cualquier tema y la inclinación de transmitir continuamente sus ideas por las redes sociales, pero carece del encanto que permitió a Reagan ganar no solo el apoyo sino también el afecto de sus compatriotas. Esta insuficiencia podría ser resuelta con la designación de un vocero que posea el carisma necesario para llegar a la mente y el corazón de todos los ciudadanos, pero hasta hoy no ha aparecido un portavoz de esas características.

Esta carencia es fácil de observar en el trámite de las reformas propuestas por la administración Petro. Ninguna de ellas fue precedida o acompañada de una explicación que facilitara su comprensión por la audiencia nacional. Por esto se vieron sometidas a la crítica implacable de la oposición desde el primer momento. Solo cuando se entró de lleno a la discusión los representantes del gobierno respondieron a las críticas con descripciones detalladas de su contenido. Así pasó con la reforma del sistema de salud, la del sistema pensional, la del régimen laboral y, más recientemente, con la del catastro, lo cual generó confusiones que en el último caso apenas se están comenzando a aclarar. Anunciar un cambio del régimen catastral en todo el país y hablar de que habrá aumentos del impuesto predial hasta del 300 por ciento sin explicar en detalle los objetivos de la iniciativa solo podía causar pánico en los contribuyentes, como efectivamente ocurrió.

Volviendo al ejemplo de Reagan en Estados Unidos, no es frecuente que en la vida pública de cualquier país aparezca un personaje dotado de una facilidad excepcional para comunicarse con los demás. Reagan la adquirió desde sus primeras experiencias en la radio y el cine, donde no brilló propiamente como una estrella, pero aprendió a hablar con desparpajo. Después perfeccionó esa habilidad en la televisión, donde desempeñó el oficio de presentador antes de lanzarse a la política.

En un mundo cada día más influido por los medios electrónicos que facilitan la comunicación instantánea, la capacidad de conectarse y hacerlo en forma amena es tan indispensable como el manejo del lenguaje. Sin ella no pueden aspirar al éxito los periodistas o los políticos, ni es factible que un gobierno consiga el respaldo necesario para ejecutar adecuadamente sus programas.

Llama la atención que la administración de Petro no haya adoptado una estrategia eficiente de comunicación cuando en el Pacto Histórico hay experimentados periodistas y expertos comunicadores que podrían suplir esa carencia. Al parecer el Gobierno ha estado tan ocupado en la preparación de los proyectos que no han tenido tiempo de pensar en el modo de transmitirlos. Harían bien en hacerlo antes de que pase otro año y se siga alejando la meta de verlos realizados.  

El año del caos

nota del director

Nadie es perfecto, como se dice en términos coloquiales. Ni siquiera los presidentes. Y Gustavo Petro no es la excepción; sus puntos débiles son más que notorios. 

No obstante –y contrario a lo que muchos creen–, su principal defecto no es que sea de izquierda ni que haya sido guerrillero. Tampoco, el hecho de que sea megalómano; todos los políticos lo son en alguna medida. En este mundo de superficialidad, tampoco es tan grave que se la pase casando peleas en Twitter ni que sea populista; al fin y al cabo, la demagogia no respeta colores ni ideologías. Tampoco es un pecado mortal que sea un sectario; ya ha habido varios inquilinos del mismo estilo en la Casa de Nariño.

El principal problema de Gustavo Petro es que es una persona caótica, y eso se refleja en todos los ámbitos de su gestión. Desde sus retrasos y ausencias en eventos oficiales hasta las controversias que arma con las demás ramas del poder público, pasando por los nombramientos y despidos vía Twitter, el pésimo manejo de las relaciones internacionales y los absurdos debates que plantea con medios y periodistas.

En casi todos los flancos de la administración Petro, el común denominador es el caos; así se vio a lo largo de todo el 2023; tanto en los cambios que hizo en el gabinete ministerial, como en el trámite de las reformas en el Congreso y en la accidentada conducción del proceso de paz; lo mismo que en el deplorable manejo del orden público, que ha derivado en un profundo deterioro de la seguridad, un incremento desmesurado del secuestro y un elevado e inaceptable número de masacres. 

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En fin, si Petro repasara fríamente al año que termina, se daría cuenta de que, en el gobierno del cambio, el caos, lejos de ser un aliado, es un verdadero obstáculo.   

Vladdo